Onomichi -Imabari- Onomichi 160 km de bicicleta conectando islas. Alquilo una súper bicicleta marca Giant. Estoy entusiasmada. Dejo mi maletón en el hotel al que regresaré al día siguiente, y me pongo mi morralito. Arranco. No puedo ni pedalear. Pánico! Cómo voy a hacer esto? Pánico! Me paralizo. Atravieso. Pedaleo de a pocos y tambaleándome. Practico antes de subir al ferry. Balanceo el peso del morral a ver si la cosa mejora. Igual. El miedo adentro. ¿En qué momento se me ocurrió hacer esto? Además, muy confiadita, no sólo decidí hacerlo en una vía como lo hace la mayoría, sino ida y vuelta. Genio!
Las bajadas son lo peor. Pavor. ¿Cuánto control hay que tener? ¿Con cuánto freno me siento cómoda? Con full freno no llegaré jamás. Igual, si se me va la mano, acabo como un sapo en el piso. ¿Será sin nada de freno como parece hacer la gente que me pasa? ¡Jamás! Ahí sí seguro acabo en el piso cuando sienta la falta de control.
Encontrar el equilibrio. Soltar y apretar, disfrutar el viento y la velocidad, con atención, frenar de a pocos. La vida misma… El miedo, el pequeño y constante, especialmente ese poco evidente, ese cotidiano, ese que nos paraliza sin sentirlo, ese que nos deja viviendo en estáticas vidas insulsas que no deseamos, pero de las que somos incapaces de salir.
Restaurante de sushi, segundo piso, barra, dos mesas, sentarse en el piso. No hay nadie. Pido omakase después de decirle al chef en japonés los peces que me gustan más. Entablo relación con él. Es tan bueno el sushi que me confundo con la cuenta. Pienso que son ¥7300cuando eran sólo ¥3000. Digo que el que más me gustó fue el maguro. El chef y la mesera se fascinaban con verme cerrar los ojos con éxtasis y celebrar diciendo “oishiiii” con cada bocado. Llegan más clientes. El chef me presenta y dice que hablo japonés. Me río y lo refuto. Conversamos y se ríen. Quién sabe cuántos errores hago por segundo. Igual, se sorprenden! Como ya me ha pasado en varias ocasiones durante el viaje, sobre todo los hombres, no entienden por qué estoy sola. “Doshite?, Doshite? Wakarimasen” dicen. Solo me río.
El chef, al ver que ya me voy, me pide que espere. Me regala un nigiri más de maguro. Me conmueve y lo disfruto plenamente. Me paro y felicito a una señora que había oído que cumplía años. Todos se ríen, me aplauden y me desean un buen viaje. ¡Son hermosos! Jamás había salido aplaudida de un lugar. No paro de reír mientras regreso al hotel.
Regreso triunfante a Onomichi. La gente normalmente hace sólo un trayecto, más por algún motivo no había espacio en el almacén de rentals para dejar la bici en Imabari. Me pareció absurdo devolverme con una bicicleta en un bus. ¡Qué dicha más deporte! Yo feliz. Claro, eso no fue lo que pensé los primeros minutos cuando no podía siquiera sostenerme arriba de la bicicleta. En ese momento, paralizada por el miedo, sólo pensaba: ¿y ahora qué voy a hacer? ¿En qué momento pensé que podía montarme en esta vaina 160 km? ¡Ni si quiera me puedo montar!!! Atravesar el miedo.
Había más bajada a la ida, entonces contrario al común de la gente, para mí el regreso con más subida fue más rápido. Llegué feliz al puerto del ferry que me llevaría el último tramo a Onomichi. Me sentía la mujer maravilla. Invencible.
Señora que también esperaba el ferry me dijo que no demoraría. Salí corriendo al baño pensando en mi gran logro. Ni siquiera noté que el inodoro estaba tapado. Empecé a hacer pis, cuando me doy cuenta de que me estoy regando sobre la media, el zapato, en fin… Así no más la realidad me aterrizó: ¡¡¡eres cualquier pendeja y por no estar presente te measte!!! Qué nivel de Mr. Bean soy pensé.