Estar presente, recordar dónde estoy en este instante, quién me trajo acá, por qué, lo afortunada que soy. Observar. En Kyoto respiro los lugares. Siento paz. Así sea rodeada de miles de turistas, la mayoría japoneses. Les sonrío, los bendigo en su dicha y abro la puerta a que la magia suceda.
Menami, un restaurante tipo izakaya donde solo hay japoneses. Había hecho reserva y pude leer escondido el nombre escrito en Kanji. Pocas mesas. Una barra en la que me siento entre dos parejas ya de edad. Se ríen cuando me entregan el menú y les digo que no entiendo nada. Wakarimasen! Les pido en japonés sugerencias explicando que como pescado y mariscos, pero ninguna otra proteína animal. Casi se les caen los ojos al oírme. Se entusiasman, me hacen recomendaciones, las acepto. ¡Todo espectacular! Inicia la conversación. Al enterarse que voy a Ise, ciudad natal de uno de ellos, me dan consejos de dónde debo ir a comer por escrito, con mapita y gran orgullo. Me desean los mejores augurios. ¡Siento dicha!