Arranco sola entre árboles altísimos, milenarios, subiendo piedras que han sentido los pasos de tantos peregrinos que desde 1100 han tenido la fe en su poder de sanación y salvación. Las saludo. A los árboles también. Les agradezco recibirme. Me siento entrando a un cuento de gnomos. Sonrío. Dos culebras se atraviesan en el camino. Venenosas. Ya había leído que era posible verlas en esta época.
Olor a ciruela, plantaciones de arroz, montañas infinitas. Llego a la que va a ser mi casa por 1 noche. Kirinosato Takahara Inn. Veo mi cuarto de tatami. La vista. Agradezco. Me siento infinitamente afortunada de tanta belleza nítida, simple, abundante. Me pongo inmediatamente la yukata y me preparo para el onsen antes de comer a las 6:30pm.
Sólo se me ocurre estar presente. Acá en donde estoy, en lo que estoy. Para que no se me escape detalle. Para no dejar de vivirlo. Para que sea un instante que perdure. Nunca antes el futuro se había visto más lejano. Mañana está a mil años.
8pm, después de comer, salgo en el platón de una pickup con unos japoneses huéspedes del Ryokan. Vamos a ver la danza de cientos de luciérnagas que se fusionan con la noche estrellada. Magia. Como si las estrellas estuvieran cayendo. Magia.
En la mañana oigo a Jinn el dueño del Ryiokan y a la señora de la cocina hablando sobre Karen San. Les preguntó qué dicen de mí. Jinn me responde: que eres increíble (es español) y recalca “amazing” como para que no me quede duda. Quedo perpleja.Tendrá que venir de la voz de otros para vernos así?