Si hay algo que sé que hago bien es caminar. Camino rápido. Bien rápido, con constancia y fuerza, sin esfuerzo. Lo hago en la ciudad claro, más en la montaña es dónde se ve más clara la diferencia con cualquier otro. Sin embargo, entro en gran duda cuando en la oficina de turismo de Tanabe una japonesa que no me ha visto en su vida, cuestiona mi capacidad de recorrer 25 km en el tiempo necesario para llegar al último bus -que me llevará al lugar donde dormiré el 3er día del camino. Aún dándome cuenta que los días 1 y 2 hago menos de la mitad del tiempo estimado, el día 3, dudosa de mi capacidad y con la cara de la japonesa en mente, salgo más temprano. Camino más rápido, etc, etc. ¿Para qué? Para nuevamente hacer mucho menos de la mitad del tiempo y estar lista para agarrar no el bus de las 7, ni el de las 5, sino el de las 2pm.
Todo esto para darme cuenta de lo frágil que sigo siendo ante las dudas externas sobre mi capacidad. Incluso ante algo tan irrelevante como caminar rápido en la montaña. Irrelevante y que tengo “claro”.
Ahora, eso sí no me da por creer firmemente cuando alguien, que sí me conoce, me dice con certeza que soy capaz de algo ante lo que tengo dudas. Ahí sí no creo.